No son los aplausos en sí que me dan pavor; no, son todos estos humanos que ya no pueden estar en sus casas. No critico su actuar; todo lo contrario, lo compadezco – pero sinceramente, me da miedo. Todavía no lo comprendo del todo, porque yo sí sé disfrutar de mi hogar y no se me han acabado las ideas sobre qué más hacer, además de trabajar, pese al confinamiento. Sí veo que otras personas, con otras estructuras anímicas y psicológicas – no lo llevan bien del todo.
El primer día fue emocionante – lo confieso abiertamente. Sólo con pensar que tú estás aprovechando la tranquilidad y seguridad de tu hogar para protegerte, mientras que otros van a trabajar, y además muchos voluntariamente, para luchar contrarreloj con un virus, arriesgando sus propias vidas por vocación profesional, bueno: todo esto tiene que emocionar.
Personalmente, sólo pude asemejar la situación con la de hace nueve años ya, cuando el desastre de Fukushima nos hacía llegar noticias horrorosas sobre una parecida lucha contrarreloj de los trabajadores de la central que se habían quedado atrás, tratando de paliar los efectos de la radiación. En aquel momento recuerdo que pensé, como todo el mundo: pero esa gente ya sabe que va a enfermar, que se van a morir, y allí siguen, sacrificándose.
No pongo en duda el sacrificio del personal sanitario de España – pero sí la motivación de los que salen en los balcones cada noche. A mí me dan pavor.
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