«Venga, te lo compro», me dijo una amiga. Acababa de citar a un antiguo profesor de filosofía quien les había insistido en la universidad que la vida es cosa seria y por lo tanto, no se la recomendaba (a cualquiera). En pocas palabras: «la vida: no la recomiendo»⸺ había dicho. Lejos de incentivar mucho más que reflexionar en ello, ante su sentencia firme y sin derecho a recurso, nos pusimos a hablar de distintas cosas, y sobre todo a qué venía el cuento en aquel momento ⸺las complicadas relaciones humanas⸺ para llegar a la conclusión parafraseada del titular. La vida sería, pues, complicada, pero aun así, recomendable.
Hay muchas cosas que no entendemos y que tratamos de encajar en algún parecer de comprensión, o que nos explicamos buscando recursos de la propia experiencia, o de la de los demás. Y hay también cosas que no llegamos a entender, comportamientos y reacciones que no llevan sentido ni sentir y que se quedan allí, en algún limbo de incomprensión, bajo una etiqueta que solamente podría explicar que las personas son complicadas, incomprensibles, incoherentes, inconsistentes.
Hay quienes abogan por el poder de los libros y de las lecturas que podrían echar algo de luz sobre el porqué de los comportamientos humanos, pero allí el problema que surge es que sólo se puede aprender de las innumerables posibilidades que se dan o que nos dan los escritores, que imaginan o recuerdan. No hay una teoría que se aplique a todos los casos prácticos. Mejor dicho, no hay teoría que abarque tantas situaciones y circunstancias. Y entonces nos quedamos con lo complicado que es todo o, peor aún, pero más sencillo y con menos quebraduras de cabeza, con lo de «la gente es así».
Lo que pasa es que en algún momento, llegamos un poco más lejos de ello, de esta necesidad de comprender, y nos preguntamos: ya está bien, ¿pero a mí esto en qué lugar me deja? Es decir, ¿hay que aceptar que la gente es así, que los amigos se vienen y se van, que las relaciones humanas resultan poco comprensibles, que hay misterios en el universo, que la vida llega a ser poco recomendable por complicada, sin más? O, alternativamente, ¿se podría tener en cuenta que esto surge justamente porque hay algunos de nosotros que sí nos paramos para preguntárnoslo? Donde no hay duda, tampoco hay pensamiento, preguntas, reflexión. Pero allá donde la haya, también surgen soluciones.
Tengo un amigo cuya solución es hablar de ello, decirlo, preguntar, compartir, y esperar respuestas y reacciones. Cuando hay algo que no entiende, algún comportamiento que le parece raro, alguna reacción que no llega a explicarse, él pregunta, comparte, se expresa, lo dice. Es también muy preciso en este asunto: cualquier cosa que no entiende o le parece rara, cualquier pequeñez (o que parezca así), cualquier duda que tiene, él lo comparte y pregunta. Muchas veces el rarito sale siendo él, el que lo comparte todo, el que lo dice todo, el que muy a menudo tiene dudas y preguntas, el que nunca pasa de nada, prácticamente.
La primera reacción ante tanta precisión y concreción sería: ¿y recibe respuestas? Y, a continuación, más que nada, ¿le quedan amigos y conocidos dispuestos a contestarle las preguntas, aclarar sus dudas, explicarle los comportamientos y las actuaciones cada vez? En primer lugar, sí. Y en segundo lugar, los que no le quedan, también ofrecen sus respuestas de esta forma, alejándose, rechazando la conversación. Además, también me comenta que los que sí se le quedan cerca ven reforzados sus vínculos, y valoran que así se paran ellos mismos a pensar, a recapacitar, a darse cuenta.
Saber o poder pararse a pensar no es poca cosa. Y tampoco es fácil ponerse a recapacitar o dudar, dejarse reflexionar o escuchar cuando se llama la atención. Es sencillamente otra manera de aceptar y asumir que la «vida es complicada», que la gente es también así – dispuesta a hablar, compartir, preguntarse y explicar. Que ¿no tenemos tiempo a pararnos a reflexionar en todas las pequeñas cosas inexplicables o sin aparente importancia? Que ¿no nos da para dudar de cada cosilla? Que ¿no llegamos a pensar y rememorar o reproducir cada evento, cada conversación, cada réplica, cada ocurrencia? Nada más erróneo: en la mente, en el pensamiento, nunca hay vacío, siempre hay tiempo y espacio, siempre pensamos, siempre reflexionamos. Únicamente resulta un poco más complicado que acatar los ajetreos, los malentendidos a la complicación de «la vida, no la recomiendo».