No se preocupen, seguimos en las arenas movedizas de las cosas pertenecientes al discurso, la teoría, los mensajes y la comunicación. Pero, aunque la cosa se ponga seria por lo que sigue, este capítulo sí que impacta por su absurdez y bueno… cutrez —¿para qué dorar la píldora? La vergüenza ajena ya no sirve como argumento suficiente—.
Como en cualquier economía, ya sea macro o doméstica, la de una multinacional o la de una pyme muy pequeña, lo sensato es ahorrar siempre, o al menos tratar de hacerlo y no fallecer en el intento. Una vez identificado esto como objetivo general, hay que ver por qué medios o, mejor dicho, en qué ahorrar concretamente. Pero claro, depende también de qué connotación se le da a la palabra «ahorro».Lo sensato es ahorrar de lo que haya: cuando hay superávit, se ahorra, es decir, no se gasta, se aparta, se reserva. Lo no tan sensato es ahorrar de lo que no hay: no gastar dinero y punto. Esta forma de ahorrar en partidas presupuestarias necesarias está, desafortunadamente, bastante extendida entre las economías domésticas: desde no poner la calefacción durante el día para ahorrar en la factura de la luz hasta no pagar por limpieza en un espacio público por el que pasan más de 100 alumnos al día.
El momento de la llegada de la señora de la limpieza, recuerdo, era ya el nadir de mi semana en una de las academias en las que trabajé. Quiero decir, era algo así como un cenit, porque me alegraba al saber que la academia iba a oler a limpio, que las aulas iban a estar bien ventiladas, aspiradas, o que el único baño iba a estarlimpio, pero dejaba de ser el cenit unas cuantas horas más tarde. La señora de la limpieza venía los lunes a la hora de comer, después de las clases de la mañana, y todo lo que había hecho llegaba a estar más o menos desaparecido sin huella visible a la hora del cierre del mismo día, a las nueve y media de la tarde. Hasta el lunes siguiente nos apañábamos cómo podíamos. De allí el nadir.
¿Cómo nos apañábamos? El discurso, primero: el director nos había explicado que, en una pyme, el personal fijo tiene que asumir tareas que igual no son las propias del puesto. Por ejemplo, un profesor jefe de departamento puede coger el teléfono y contestar a preguntas de potenciales alumnos. ¿Por qué no? Al final, los profesores coordinadores son los que mejor sabrían contestar a las dudas del alumnado. Por poner otro ejemplo, un profesor puede llegar a hacer las entrevistas para la ocupación de los nuevos puestos de profesorado, agendar las entrevistas para el director, o recomendar a quién emplear. Los hechos, a continuación: pues hombre, cuando ves que el director mismo coge la escoba para barrer los suelos, ¿cómo te puedes quedar allí sin hacer nada más que levantar los pies para hacerle hueco debajo de tu silla? Y más chapa: la economía es como es, la cosa va como va y el mundo es el que sabemos que es, tendremos que ocuparnos todos de todo, no hay ninguna vergüenza en limpiar un lugar en el que pasamos tantas horas —vamos, una segunda casa—. ¿En tu casa acaso no barres? Claro está, frente a este silogismo sin fallos aparentes, ¿qué puedes contestar? Y bueno, si se ha acabado el papel higiénico, ¿acaso no puedes gastar 2 euros para comprar unos 12 rollos? Y ¿si pusiéramos cada uno 2-3 eurillos al mes para hacer bote y comprar productos de limpieza, ambientadores y lejía? Ay, y de paso podríamos hacer como un cuadro con turnos para limpiar, ¿no?
Por surrealista que parezca, es real. Lo gracioso es que esta pseudo-petición-solicitud-tarea ni siquiera se nos presentó como tal, es decir, directamente desde dirección. Se quedó en el olvido y en lo teóricamente posible. Nos lo contó una noche que salimos de cañas la compañera de recepción, a quien el director se lo había susurrado en plan: a ver si se lo puedes comentar, porque a mí me da cosa, de verdad, pedirles esto a los coordinadores, al verlos que hacen como si nada cuando estoy barriendo y limpiando por allí. Pero de verdad, me da vergüenza ajena tener que decírselo, pero si se lo dejas caer, a ver si se dan por aludidos. Todos tenemos que hacerlo en esta economía, no tenemos para gastar en limpieza.
El deseo del director de que nos diéramos por aludidos por no limpiar la academia nunca se cumplió porque, claro, si el director no tiene el valor de decirles a los empleados que tienen que limpiar, los empleados no suelen darse por aludidos a través de un mensaje transmitido entre cañas y con todas las risas inevitables. Ahora bien, por muy cutre que hubiese sido el episodio de la limpieza, lo espeluznante es que un empresario presuma de la naturalidad de tal deseo. El teatro del ejemplo personal no cuela porque claro está que, si ves al director limpiado la academia, pues piensas que es una de las tareas que asume por voluntad propia. Al final es su chiringuito, y si no quiere pagar para limpiar, igual le apetece o se ve capacitado para hacerlo él, ¿no?
Pero si nos ponemos serios es fácil notar que, si es de verdad tarea de trabajo, el director tiene que decirlo, pedirlo, solicitarlo, exigirlo. Faltaría más, debe comentarlo desde el comienzo, cuando se repasan las funciones de cada empleado. Al contrario, si lo que quiere el director es que el empleado asuma la tarea de la limpieza por voluntad e iniciativa propias, por lealtad o sentido de entrega al lugar de trabajo, pues… también tiene que tratar de transmitirlo de alguna forma. ¿Tal vez diciendo que se trata de una cooperativa y no de una pyme?
Finalmente, el argumento más importante es que en algunas partidas presupuestarias no se pueden recortar o eliminar los gastos. Depende de cada empresa, pero en general, esto se refiere a limpieza e higiene, mobiliario, recursos como la conexión a internet o a la red de electricidad, ordenadores o materiales de clase, como rotuladores, pizarras o manuales. Es lo mínimo que el director de una academia de idiomas tiene que garantizar en un lugar de trabajo. Porque si el empleado trae de casa su boli, silla y ordenador, junto con una fregona, toallitas húmedas y papel higiénico para estar como en casa, pues entonces… mejor se queda en casa, ¿no?
Al final, aunque no me hubiese gustado mucho —porque vamos, limpio en mi casa lo mío y no detrás de decenas de alumnos diariamente—, podría haberme convencido el argumento de la segunda casa porque sí, había muchos momentos que sí sentía que la academia era mi segunda casa, emparejado con una petición o incluso solicitud directa del jefe. En esta vida hay cosas a las que no hay que darles muchas vueltas, que hay que pronunciardirectamente y bien vocalizadas. Si esta llega a ser la política de la empresa, pues hala. Pero la dirección no puede desear que los empleados adivinen lo que quiere o lo que le gustaría que estos hicieran, pero no se atreve a preguntar porque le da cosa y mejor dejarlo ahí, a ver si se dan por aludidos.