Conversación en la Ciudad Púrpura

La familia es para muchos como una ciudadela: un espacio amurallado, hecho para estar cerrado o al menos delimitado a la vez que fortificado, accesible por puertas que se quedan abiertas a veces como las de la Ciudad Púrpura hoy en día, en el horario de visitas y que otras veces permanecen cerradas al público, de vez en cuando entreabiertas para los de la parte política. Desde fuera parece un fuerte impenetrable e inquebrantable, inalcanzable e inaccesible, por los lazos sobrentendidos de sangre, biológicos, por el pasado común, de familia. Dentro, aunque estos lazos comunes se toman como normales para hacia fuera, el amor y el afecto se consideran indudables y por lo tanto no requirentes de conversaciones ni asentimientos. En cambio hay discusiones, ajetreos, reproches, tristezas, palabras, ¡ay, cuántas palabras!

Fue un día absolutamente abrasador de agosto, al caminar las vías y las callejuelas de la Ciudad Púrpura, la antigua ciudadela imperial de Vietnam, en Huế, al lado de parte de mi familia, cuando pensé en lo complicadas que son las familias. It´s complicated, ese sintagma que tan cursimente se suele utilizar en las redes sociales, cuando uno quiere hacerse el interesante y mantener el misterio sobre la relación de pareja, pues ese sintagma se podría utilizar incluso con más sensatez sobre las relaciones de familia.

Entrada en la Ciúdad Púrpura Prohibida

No era la primera vez que me encontraba reflexionando sobre la familia; suelo hacerlo muy a menudo, algunas veces por la sencilla razón que los míos están lejos y el tiempo y la distancia dejan sus huellas en las relaciones, los comportamientos, incluso en las perspectivas y los recuerdos. Además, esta confección social resulta ser mucho más enredada e intricada que pudiéramos creer. En algunas instancias nos atiene a lo biológico, a ese cantar de la sangre que resuena en cada uno de nosotros, sobre todo cuando nuestras actuaciones acerca de los de la familia carecen de lógica o razón. Sobre todo cuando nos enfadamos, pero perdonamos, discutimos, pero nos olvidamos, nos molestamos, pero acallamos, nos sacrificamos y decimos sencillamente que es que es familia y no se precisa de ninguna explicación más. En otras ocasiones resulta ser exclusivamente un constructo social que funciona en general en un marco parecido al de las amistades o demás relaciones sociales: hay confianza para hablar, debatir, compartir, pero también criticar, ser brutalmente honesto e incluso herrir.

Al caminar las antiguas callejuelas de la antigua ciudadela imperial vietnamita, construida en el siglo XIX bajo la inspiración de la china, me pregunté qué tipo de relación de familia tenían estos dueños feudales cuyos vínculos biológicos eran, al final, los únicos que aseguraban su perpetuación, su estatus, sus privilegios, su derecho a encerrarse entre las murallas de la ciudadela, prohibida a sus súbditos. Leyendo sobre los destinos revueltos de algunos miembros de la dinastía Nguyễn, de los últimos emperadores, a los cuales les tocó ser testigos del derrumbe del mundo colonial y del suyo imperial, me extrañé una vez más pensando en que nunca hay datos históricos o testimonios sobre cómo se llevaban los reyes, los príncipes, los emperadores con sus familias, con sus hijos herederos, con los demás familiares.

Sólo recientemente y según el interés de la prensa de corazón o peor aún, la tabloide, nos enteramos que los ricos también lloran, es decir que los de la realeza tienen al igual relaciones de familia ajetreadas, complicadas, turbias, sombreadas y nos lanzamos muchas veces en comentarlas, juzgarles, opinar sobre ello, como si expertos fuéramos, en vez de aceptar que más nos valdría no perdernos en esto y ver lo relevante: nadie nos enseña cómo ser familiares y parientes perfectos ni hay manuales o libros que valgan sobre cómo ser hermanos, padres, primos o abuelos. Ni a los mortales comunes, ni a los príncipes y emperadores.

El pasado agosto, nos encontramos en Huế durante unos días y con un ambicioso itinerario por delante a lo largo de toda la costa vietnamita. Estaba planificado al punto y coma por mi hermano benjamín y estabamos allí con los padres; mis otros dos hermanos no habían podido juntársenos. Habíamos salido de Ho Chi Minh City, el antiguo Saigón, muy pronto por la mañana fresquita y habíamos aterrizado a mediodía en un calor intenso, tremendamente húmedo, el aire se sentía irrespirable a falta de la climatización interior. Tampoco pegaba mucho el sol, el día podría haber pasado por uno nublado, de hecho recuerdo que por la tarde nos pilló la madre de una de las muchas tormentas estacionales.

Antes de despegar, una de las azafatas que habían empezado a hablar con mi hermano en vietnamita, como siempre encantadas de escuchar a un extranjero hablar su idioma y tan bien, nos había advertido que en Huế hacía mucho calor y que ella lo sabía muy bien, pues su familia era de allí. Como siempre, a mí se me subían los humos de orgullo por mi hermano, que hablaba tan bien el vietnamita y sabía llevarse tan bien con los lugareños, mientras que a mis padres les parecía todo completamente normal, y le tiraban de la manga para que mi hermano preguntara eso y aquello sobre el equipaje, que nos pusieran en asientos cercanos y que los cuatros estuvieran más cerca de la cabina del avión, pero más hacia el centro del avión.

Una vez en el avión, mi hermano empezó a hablar en voz baja sobre los tecnicismos del despegue y el aterrizaje, recordando que son los momentos más intensos y que requieren de mayor atención en cualquier vuelo y que al final, el más peligroso es el despegue, puesto que llega un punto de no retorno, en el que ya no hay vuelta atrás, mientras que el descenso y el aterrizaje siempre se pueden reconducir. Los padres le escucharon, les hizo pensar – mi padre excepcionalmente decidió salir de su habitual taciturnidad y contribuyó con unos detalles de ingeniería sobre el porqué más concreto – y ni se dieron cuenta cuando llegamos a estar ya en el aire.

En el patio del hotel, sitio dentro de las murallas de la antigua ciudadela, nos recibieron las proprietarias, quienes les prestaron mayor atención a los padres, como de costumbre es enseñar respeto profundo a los mayores. Fue como si hubieramos entrado en la Indochina francesa, hacia los años 30: las mesas y sillas del jardín al estilo colonial, las lámparas y farolas escultadas en madera, la vegetación lujuriante y verde intenso, como esperado en este país subtropical y rico en aguas y lluvias, una jaula de inmitación en mimbre y cubierta por las hojas de los potos y las hiedras.

Inmersión en la Indochina francesa hacia 1930


Nos sentamos para merendar en la mesa del patio; mi madre había cocinado y traído unos deliciósisimos cuartos de muslo de pollo que acompañamos por agua y cervezas. Salimos a tomar el café con hielo y leche condensada, ese café vientamita tan fuerte, de camino a la Ciudad Púrpura Prohibida – Tử Cấm thành. Es impresionante sobre todo al pensar que hoy en día quedan muy pocos de los edificios originales, destruidos por las guerras y que, además, cualquier reconstrucción es casi imposible por la falta casi absoluta de registros o fotografías. Únicamente sabiendo esto, el viajero tiene la sensación de pasear por una ciudad fantasma y abandonada.

Paseando por la antigua Ciudad Púrpura, cada uno a su ritmo, leyendo o no las descripciones de cada edificio, las explicaciones de cada muestra fotográfica, permaneciendo más o menos tiempo en cada punto – yo fascinada por la y las historias, mi madre mucho más propensa a fotografiar cada rincón, mi hermano guardando su atuendo de explorador tranquilo e impasible aunque había estado allí unas cuantas veces antes, mi padre un poco molesto y cansado por el calor, pero a la vez ligeramente interesado en los sitios y su historia – me di cuenta que allí habíamos construido el epítome de la familia: juntos, pero cada uno por su cuenta. Habíamos venido juntos, seguíamos buscándonos con la mirada cuando nos alejábamos e íbamos a irnos de allí juntos – no cabía duda alguna. No obstante, cada uno llevaba su experiencia de la visita por su cuenta, porque resultaba que no era posible hacerlo juntos: cada uno con su estar y su perspectiva, con sus deseos de ver y hacer de turista, con unas intenciones que resultaron no coincidir con las de los demás.

Cuando leía sobre uno de los últimos emperadores vietnamitas que tuvo que fingir la demencia para poder liberarse del escrutinio de los espías franceses en su corte, me adentré más en su historia. Thành Thái había sido proclamado emperador por las autoridades coloniales francesas, después de haberse criado al estilo francés, con la esperanza del poder colonial de poder contar con él como títere bajo el protectorado. Su padre Dục Đức había reinado exactamente tres días antes de ser condenado y ejecutado, supuestamente por su comportamiento lleno de desenfreno y libertinaje. Por lo tanto, los franceses querían asegurarse un emperador dócil. Desde muy joven, este resultó sin embargo ser muy astuto, adoptando una posición pasiva abiertamente, pero profundamente interesada en la vida de sus súbitos. Dícese que salía de la ciudad prohibida en ropa de paisano para poder hablar con la gente común, cuyo destino le interesaba muchísimo. Al final, de huida a China para juntarse a un movimiento de resistencia, los franceses lo capturaron, lo declararon demente y lo obligaron a abdicar y retirarse finalmente en las Islas Reunión. Allí iba a acompañarle más tarde su hijo Duy Tân, también alejado del poder y destituido por apoyar una rebelión contra los franceses. Durante la Segunda Guerra Mundial, Duy Tân destacó por su oposición al régimen de Vichy y su participación al ejército francés libre – tanto que, una vez liberada Francia, el mismo general De Gaulle le propuso volver como emperador. Todo esto, en el trasfondo de las luchas que iba a librar el poder colonial con los comunistas vietnamitas y ante la pasividad y la falta de apoyo público por el que llegó a ser el débil decimotercero y último emperador Bảo Đại. Este último tuvo que huir del país y vivir en exilio.

Tumba del emperador Dục Đức

Muchas veces, las fuentes históricas son parciales, las descripciones prejuiciadas y las actuaciones incomprensibles. La historia es, al final, una secuencia de hechos y datos, entre los cuales apenas se pueden vislumbrar emociones, sentimientos, sentires, tan inconsistentes pero que podrían ser tan reveladores. Es así como nos llegan sólo hechos, sucesión de ocurrencias y eventos, que llegan a ser cuentos. Pero lo que pensaban, sentían, querían esas personas no nos llegan más que por conjeturas, interpretaciones, estimaciones de las fuentes disponibles, explicaciones posibles. Leía las explicaciones y las descripciones de la Ciudad Púrpura y no encontraba ni un ápice de información sobre qué pensaban esos emperadores de sus familias, cómo trataban a sus mujeres y concubinas más allá de los protocolos, qué emociones sentían cuando tenían un hijo, legítimo o no, qué opinaban sobre el mundo colonial e imperial que se derrumbaba ante sus ojos, si algo los conmovía. ¿Qué pensaba el último emperador de sus antecesores? ¿Qué habían hablado padre e hijo exiliados y encontrados en el exilio? ¿La opresión colonial los había conmovido más allá de los objetivos políticos?

Vista desde arriba y dentro de la Ciudad Púrpura

Miro mucho alrededor y veo que la familia es para muchos como una ciudadela: un espacio amurallado, hecho para estar cerrado o al menos delimitado a la vez que fortificado, accesible por puertas que se quedan abiertas a veces como las de la Ciudad Púrpura hoy en día, en el horario de visitas y que otras veces permanecen cerradas al público, de vez en cuando entreabiertas para los de la parte política. Desde fuera parece un fuerte impenetrable e inquebrantable, inalcanzable e inaccesible, por los lazos sobrentendidos de sangre, biológicos, por el pasado común, de familia. Dentro, aunque estos lazos comunes se toman como normales para hacia fuera, el amor y el afecto se consideran indudables y por lo tanto no requirentes de conversaciones ni asentimientos. En cambio hay discusiones, ajetreos, reproches, tristezas, palabras, ¡ay, cuántas palabras!

Durante esa tarde sofocante de agosto, bajo el abrigo invaluable del sombrero que me había trido mi madre, no dejé de pensar en muchos de los episodios de nuestra saga familiar, en las palabras echadas, pensadas o calladas, en las conversaciones, en las razones de las disputas, en las ausencias, las lejanías y los acercamientos. Todo estaba bajo la protección amurallada de la ciudadela.

Para algunos, las expectativas y las esperanzas son superiores a cualquier otra persona porque se trata de familia, de vivencias compartidas, de muchos ratos, de muchas cosas, de muchas conversaciones, de mucho tiempo. Las decepciones superan también lo que sería lo aceptable, porque se trata de familia. Para otros, el fuerte de la ciudadela familiar es como la madre Gea para Atlas: una vez los pies encima, cogen fuerzas, se llenan de energía, de apoyo incondicional, de este amor y afecto indudable y pueden volver a la lucha con más ímpetus, volver a llevar el globo en sus hombros.

Para muchos, la familia suele incorporar y, de cierta forma, armonizar las dos caras. Por ello, it´s complicated y es también bastante desesperante, porque a veces te quedas quieto y te preguntas: ¿cómo es posible que sienta, y muchas veces a la vez, este amalgama de emociones tan dispares? Es familia.

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Author: Ruxandra Constantinescu

My every now and then jottings run on this blog in English, Spanish, and Romanian, as a tribute to all cultures I currently find myself at the crossroads of. I was born and raised in Bucharest, but I had been traveling in my mind ever since I could read. Eventually, I started doing it for real as soon as I could, so I got to study, work, live, and travel in Romania, Germany, France, and Spain. Take your pick of posts on books, travels, places, people, current social and emotional issues. International politics or current affairs are no stretch, as neither are movies, series, journalism and communication, nor teaching EFL.

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