No es más que una forma de mentirse; de engañarse y fingir unas apariencias que no sirven para nada; de mantener un falso nivel de confianza; de asegurarse de que uno no se convierta nunca en el objetivo de la ira de nadie.
Una ex-pareja que quiere tener una relación amable después de haber engañado, mentido y disfrutado de ello; una persona que recuerda sus amistades aparentemente preciosas solamente cuando le conviene; un empleado que detesta su trabajo tanto como a sus superiores, pero que siempre les sonrie y declara su amor al arte del trabajo desempeñado; un jefe para el que sus subordinados no son más que medios para alcanzar las metas contables de la empresa, siempre deshechables, pero para los que no ahorra las palabras de excelencia.
De hecho, se trata de una debilidad; carencia en fuerza por admitir y asumir la verdad; falta de valor en aceptar la falsedad.
Cuando ocurre un fallo en las relaciones humanas, claro que hay también muchas situaciones en las que está bien, muy bien, hablar – para quedar bien. Para no dejar cabos sueltos, para decirlo todo y empezar de nuevo, con la confianza de que el error no vuelva a ocurrir. Para aprender y no cundir en lo mismo: es la sencilla base de la construcción de cualquier tipo de interacción social.
No obstante, eso de quedar bien se ha convertido en algo lamentablemente superficial, insustancial y frívolo cuando se trata de ciertas cosas, algunos hechos y varios fallos. Todos – y son muchos – los que entran en la categoria de estas pequeñas cosas que no se hacen. Porque si se hacen, ya no se trata de un desacierto, de una divagación, de algo que pueda ser reparado. Una mentira, un engaño, una omisión de la verdad, un piropo falso o una promesa incumplida no se pueden deshacer. De entrada, no se hacen.
Acometerlos no es un delito; pero al nivel general de la humanidad que compartimos, es una equivocación profunda, porque es así como nos mentimos y nos engañamos a nosotros mismos y es exactamente así como conseguimos construir un mundo en el que vivimos juntos, uno al lado del otro, pero dentro del cual al final estamos siempre tan solos. Desacompañados, desamparados y desconsolados por dentro y llevando eso de quedar bien como a una grotesca medalla de honor por fuera.