… que llegaba en Madrid con una maleta muy grande, la dirección de un hotel dónde iba a alojarme durante meses, hasta encontrar un piso en alquiler, mi mente llena de proyectos y el corazón cuajado de ilusión para empezar una nueva andadura profesional y personal que iba a durar un año – un año de ensayo, para empezar. Recuerdo muy bien, como si fuera hoy, que era un domingo, 2 de noviembre 2008, muy nuboso y gris, y que incluso me pareció curioso que era así como me recibía un país mediterráneo, habitualmente soleado, que no había visitado nunca antes y sólo conocía por su historia, sus clásicos, su clima y poco más. Justo antes de salir de Bucarest, había escuchado en la radio una canción que decía, más o menos, “cuando tomes tu café/toma tu café en España/ y-no-te-lo tomeeees sin laaaa cañaaa…”. En el momento, el sentido de estas palabras me eludía, pero me parecío que todo sonaba muy, pero muy bien.
Ahora resulta que el año que iba a quedarme en España se me hizo corto, el ensayo salió muy bien y depués de más seis años, aquí sigo. Claro está: sigo aquí menos por opción meramente personal y más por la dulce conjura de varios factores que muchas veces jugaron a mi favor – sorprendentemente a mi asuertado favor.
Después de estos años, llevo más de una maleta conmigo, alguna con muchas experiencias, otra con muchos más sueños, traigo además muchísimos libros, toda una mediateca de fotos, artículos, comentarios, y análisis de la actualidad española, guardo el recuerdo de unos viajes de ensueño, tengo la dirección de mi casa, he ganado amistades preciosas, y mi mente sigue siendo llena de proyectos, mientras mi corazón lleva ilusiones como siempre lo ha hecho.Soy una afortunada. Lo pienso y me lo confirmo cada día, sobre todo porque en cualquier momento, mi vida pudo haber cambiado de rumbo, con alguna que otra oportunidad de trabajo, algún metro perdido a la primera hora de la mañana, una entrevista mal conseguida o un viaje pospuesto. Podría no haber tenido tiempo de descubrir el placer inmenso que me trae la escritura; podría no haber descubierto la alegría de tomar mi café con leche delante de una ventana muy grande, por la cual el sol llena mi casa de luz; podría no haberme enterado de la mera delicia de tener tiempo inagotable para la lectura, los libros y sus historias; podría no haber sentido el olor a azahar.
Pasé más de la mitad de mi vida adulta fuera de mi país: con becas para estudiar, con prácticas para formarme, con cursos y seminarios para perfeccionarme. He recorrido España de un confín a otro y todavía me quedan cosas por enterarme, por ver y por aprender de este país de ensueño. Dicen que España es uno de los mejores países del mundo para vivir. No soy yo la que voy a discutirlo – antes es al revés.
Finalmente me he dado cuenta por qué tengo que tomar mi café en España: he llegado a dominar un inestimable idioma del mundo, descubriendo a través de éste una literatura contemporánea inmensamente cercana, tuve la suerte de visitar unas ciudades llenas de historias seculares, he aprendido cómo disfrutar de una comida riquísima, valorar el vino tinto (de una cierta ribera…) y apreciar las interminables quedadas con amigos.
Un día, tuve la oportunidad de subir a un escenario de Almuñécar, porque por ahí entraba la primavera en Europa. En función representativa de una asociación de profesionales, he dado paso a la lectura de un poema del amanecer de la cultura árabe en tierras ibéricas. Su traducción al español decía: “no te fies de la tiniebla, porque luego sale la aurora/ni te engañes con la luz, porque el sol también se pone”.