¿Cuándo ocurre el hechizo? ¿Cuál es el momento en el que aparece la fascinación a la lectura en un determinado idioma? ¿Cómo te das cuenta de que un libro, un autor, una historia y un habla te han embrujado? Pues cuando no te lo puedes explicar, en el instante en el que no sabes ni por qué ni cómo, pero quieres más y de repente el libro ya lo acabaste. En su soledad tan acariciada, el lector se queda con el recuerdo de una historia de ensueño y un libro de más para añadir a su lista de los inagotables. Mis libros inagotables son unos cuantos: son los que después de haberme hadado, los he vuelto a leer varias veces, con tiempo considerable de por medio. Son los que he llegado a considerar las novelas totales, globales, absolutas – inagotables.
Los terminos pertenecen a la caracterización que le hizo un conocido académico rumano, Eugen Simion, a la última novela del escritor rumano Marin Preda, “El más amado de los mortales”/Cel mai iubit dintre pământeni/. El crítico y académico veía en la abrumadora y apabullante novela, en la fuerza de la escritura del autor y en la ternura y el poder y los principios morales del protagonista una novela total, porque llevaba varios niveles, varios temas y muchos personajes. Por tanto, era una novela política por la época que abarcaba, una novela de amor cuyo protagonista cree con fuerza que sin amor no hay nada (emulación de la carta de San Pablo a los corintios, en la que mantenía que “si /…/ no tengo amor, nada soy”), una novela sobre un moralista clásico de la raza de Albert Camus, una novela de costumbres y del mundo de los intelectuales de la época y también una novela sobre el universo rumano dentro del régimen totalitario.
Antes de leer esta caracterización tenía ya un ahílo de tres novelas que había leido y vuelto a leer varias veces, a lo largo de los años, como iba creciendo y madurando yo misma, descubriedo cada vez una nueva parte de encanto, un nuevo párrafo que me abría puertas hacía otros mundos tan alejados, una nueva mirada, un nuevo sentido, prácticamente una otra incitante historia que vivía por dentro tan sólo leyendo, exactamente como Bastian en su Historia interminable. A estas novelas no sabía yo como concretar o contextualizar, como definir, hasta que la crítica del académico rumano logró explicármelo tan bien. Las novelas, no desprovistas de sus propias desafiantes historias creadoras, eran “Lo que el viento se llevó” de Margaret Mitchell, “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez y “Cel mai iubit dintre pământeni” (que desafortunadamente las editoriales españolas todavía no estiman merecedora de una traducción al castellano). Las tres me habían hechizado desde la primera lectura, las tres seguían haciéndolo y las tres corresponden al grano a la caracterización del académico rumano.
He leido muchas bellas letras y en varios idiomas, traducciones y textos originales indistintamente y llevaba ya años y años sin añandir ninguna otra novela a mi lista exigente y exclusivista. Hasta que vine a España para llegar a descubrir un día de lluvia en la primavera madrileña, “La noche de los tiempos” de Antonio Múñoz Molina. No voy a adentrarme en hacer una reseña del libro ni me atreveré a intentar escribir una crítica, pero sí sé que fue entonces que empezó el hechizo. Primero, porque no pude dejar el libro, luego porque al acabarlo tenía la decidida sensación de que comprendía mejor el castellano y finalmente porque he pensado inmediatamente al uso lleno de imaginación que hacían Henry James o Virginia Woolf de formas de narrar tan originales y lingüísticamente identificadas ya hace dos siglos como stream of consciousness o interior monologue.

Fue sencillamente deslumbrador asociar a estos autores a uno contemporáneo, que lee y comenta al filósofo de origen rumano Emil Cioran en la vida real, al mismo tiempo que lleva al lector por largos paseos por el Madrid de antaño y la Nueva York siempre joven. Sentí que me faltaba metafóricamente el aire, al recordarme de repente los concursos escolares de idiomas en los que participaba desde muy joven en Rumanía y en los cuales se nos pedía convertirnos en pequeños críticos literarios al identificar estos estilos de narración y explicar el porqué de cada uno para practicar los idiomas y alcanzar así la excelencia. Fue maravillosamente lleno este sentimiento de delicia que tuve al volver a leer la novela.
La fascinación se concretó al dar con la novela de Almudena Grandes, “El corazón helado”. Esta vez fue claramente el embrujo del castellano. La novela sí que es apasionante y profunda, total y absoluta, con los mismos varios niveles y mundos que abarca, y talvez se repercuta más en los lectores españoles, que llevan también sus historias y las de sus familias a cuestas. A mí me hizo entender mejor a los españoles, su espíritu, su genio, sus formas de ver y vivir la vida, me explicó mejor su alegría y sus asombros como pueblo y me hizo ver muy bien el porqué (que va más alla del goce culinario) del vermut y la merienda del mediodía. Todo fue a través de y gracias a un idioma castellano de ensueño, a su empleo ágil, inteligente, lleno de fuerza y ternura a la vez, completo y absoluto al esbozar tan agudamente una época, una historia personal, unas constumbres y un mundo español.
Desde entonces sigo buscando y tratando de descubrir novelas y autores que me hagan soñar así; intentando reinventarme historias que talvéz habrá que ver con otras miradas para que me hechizen; lecturas tan apasionantes. Eso sí: lo veo muy difícil dar con todo ésto en algún otro idioma, porque ahora es el español que ya me ha hadado.