
Es verdad que equivocarse o cometer errores es humano. Pero esto no debería valer como excusa o justificación de los errores. Esto debería servir de explicación de una lección de entropía. Una de las que aprendí este año.
Todo se desmorona y se descompone, todo tiende al declive y al desorden; la armonía, la perfección, la alineación y la niquelación no se encuentran en la esencia de ningún sistema, ni del universo en su totalidad. Menos aún en la naturaleza del ser humano. Más bien al contrario: es natural equivocarse y cometer fallos. E iré más allá: si no hay fallos ni equivocaciones, entonces es imperativo alarmarse, puesto que el sistema se está desmoronando por su propia imperfección. Lo habitual es que todo tienda a la entropía; si todo fluye sin fallos, es una singularidad que merece ser investigada. Otro tema por completo sería indagar en los errores que desembocaron en grandes descubrimientos o avances.
En el ámbito laboral, como profesionales, a menudo solemos disfrazar el perfeccionismo como un defecto por falsa modestia; sin embargo, no es una cualidad. Aspirar a la perfección, aspirar a un orden absoluto y lograr resultados niquelados no es una característica de excelencia profesional.
Profesional y humano es admitir el error y tratar de corregirlo de la mejor manera. Esta corrección puede suponer un deshacer en el mejor de los casos; admisión y rehacer en los menos afortunados. Pero lo importante es aceptar que la naturaleza humana tiende a la entropía; vanagloriarse de tender a la perfección no es más que un ejercicio de pura arrogancia.
Este año descubrí que, dentro de la naturaleza humana de equivocarse, no solo es inevitable que haya errores, pero sobre todo profesional, que en el ámbito laboral se acepten, asuman, corrijan y se aprenda de ellos. Y que el foco debe estar allí.
También forma parte de mi lección aprendida que asumir y corregir errores resulta más relevante que pedir disculpas; de hecho, es una señal más sana de responsabilidad profesional. Entre profesionales, todos comprendemos que, al reconocer un fallo, hay un sentir, un arrepentimiento o un remordimiento. Por ello, no es suficiente asegurarse de que ese fallo no vuelva a ocurrir, sino aceptar que, aunque sí pueda volver a suceder, ya habré aprendido y, por ende, tendré las herramientas para minimizar el impacto del desacierto.
Esta lección sobre la entropía no debería interpretarse simplemente como una aceptación resignada ante la inevitable inclinación hacia el caos del cosmos, la cual escapa completamente a nuestra influencia y dominio. Simplemente deberíamos considerar aceptar la realidad de que la perfección no es alcanzable, y por lo tanto, tampoco es deseable. Y que el foco de interés está en la moraleja: cómo mejor lidiar con la equivocación.




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