
Confirmado: si no hablas el idioma del país en el que vives, tienes una muy remota oportunidad de presumir de la comprensión a los lugareños. Es decir, de lograr integración en profundidad y de vivir entre gente con la que realmente tienes muy poco en común.
Llevo siete meses en Vietnam y empecé por lo sensato: fui a la librería a comprarme un libro de vietnamita y busqué clases para extranjeros. Tardé más de dos meses en enterarme de qué iba todo: de los tonos y las vocales, de las sílabas y los denominadores, los pronombres y tiempos verbales. Y digo enterarme porque todavía no llegué a aprenderlos. No, de momento, solo he llegado a saber algo de todo aquello y, sobre todo, comprender que el vietnamita no tiene nada que ver con ninguno de los demás idiomas que hablo, con lo cual no me puedo apoyar en absolutamente ninguna estrategia instintiva para aprender.
Es ligeramente frustrante, ya que no dramático. Más que nada, contribuye al estado de la confusión que siento últimamente y aquí confieso.
Mientras tanto, sigo viviendo en Vietnam. Voy al supermercado, de compras, salgo a comer o cenar fuera, hago pedidos por internet con entrega en casa. Saludo a mi portero vietnamita, igual que al administrador del edificio. Aunque difícilmente, establecí relaciones sociales con amigos y conocidos de amigos y conocidos. Y resulta que a la dificultad del idioma se le añade una confusión profunda, como una niebla espesa. Una clase de borrosidad persiste y me impide verlo todo muy bien y, más que nada, me acuerda tristemente que mi ignorancia lingüística me mantiene a distancia de un mundo fascinante que está justo fuera de mi alcance.
Es presuntuoso de mi parte pretender entender a los vietnamitas tras solo unos meses en su país. Es también ingenuo suponer que basta con percibir su manera de ser, para entender la forma de ser de los lugareños, para poder integrarme mejor, y, últimamente, vivir mejor y disfrutar de mi estancia. No puedo evitar de rescatar la ya famosa observación del presidente estadounidense Johnson durante la guerra de Vietnam, que dio el nombre a un aclamado documental. Según Johnson, en aquel entonces, para ganar la guerra, que era, al menos a nivel retórico, un enfrentamiento entre la democracia y el comunismo que los americanos, a falta de poder impedirlo en Europa, trataban, en cambio, de pararlo fuera del continente, hacía falta ganarse los corazones y las mentes de la población local. Es decir, no bastaba la fuerza militar, sino que hacía falta convencer a los lugareños de la rectitud y la justicia de los principios que servían de justificación para la guerra.
Desde entonces han pasado ya muchas cosas y cualquiera podría defender o criticar de mil maneras esa posición de hace más de cincuenta años. Sin embargo, me estoy preguntando si parte de la dificultad y, al final, del fracaso en ganarse esos corazones y esas mentes vietnamitas no tiene también algo que ver con la esencia del pueblo y de su cultura. Ante la obviedad de lo anterior, vuelvo a lo que me preocupa: creo que entiendo a los vietnamitas a nivel intelectual, incluso podría atreverme a decir que, también a nivel racional. Pero esa comprensión afloja cuando trato de traducirla en un comportamiento acorde con lo que percibo.
La pretenciosa palabra que usé para referirme a lo que es esencialmente vietnamita puede arropar muchas cosas y no debe necesariamente traspasar al terreno filosófico. Son situaciones cotidianas que me desconciertan y me hacen sospechar que mi ignorancia del idioma agrava la sensación. Desafortunadamente, aprender el idioma no es tan fácil como pareciera tan solo viviendo en el país. No hay ganchos lingüísticos a los que aferrarse; la tonalidad y la acentuación son tan cruciales como diferentes para poder entender a la gente y, sobre todo, hacerse entender. Vamos, que no es como chapurrear español después de pasar unos meses en Madrid.
Más allá de las barreras de lenguaje en sí, hay otros matices culturales que me desconciertan; son los que remiten al comportamiento medianamente regular, normal, social. Se nota desde los primeros días que los lugareños tratan de forma distinta a los extranjeros en general, y a los occidentales en concreto. Esto resulta tremendamente fácil hacer, pues pertenecemos a razas distintas. Somos blancos y ellos, los vietnamitas, son los primeros y, de hecho, los únicos que lo observan y lo dicen como tal. Por su parte, esta observación tiene valor de hecho al cien por cien, es decir, tiene cero connotación ideológica.
No hay matices de ninguna índole en ello, simplemente nos ven los rasgos muy distintos y lo expresan sin filtros. En algunos casos, es cierto, los estereotipos son obvios: los blancos tienen dinero, o todo les parece barato, así que van a gastar mucho; seguro que hablan inglés, así que es buena ocasión para practicar, aunque a menudo lo único que sepan decir es Where are you from? y luego no entienden el nombre del país, (pues en su idioma tienen nombres que suenan completamente distintos. Por ejemplo, España es Tây ban nha (y se pronuncia taibaniá); es muy probable que sean profesores de inglés, así que se les concede el respeto debido al maestro, incluso en la calle o fuera de cualquier entorno escolar o académico; para algunos, encontrar a un occidental aún es algo inusual, y la reacción instintiva es reírse, ruborizarse o mirar con timidez.
Pero luego intervienen los comportamientos secundarios, una vez superada la primera impresión.
Te dicen una cosa, en la frase siguiente afirman prácticamente lo opuesto sin notar la inconsistencia; no entienden por qué resultas confundido. Además, te explican y te lo repiten: sí, primero he dicho esto, y luego he dicho lo contrario.
Quedas un día a tal hora para hablar y concretar algo, llegas al lugar y no aparecen. Llamas, no contestan; les pones un mensaje texto, sale como recibido, pero no leído. Llamas otra vez, y sí, contestan; sin embargo, te dicen que bueno, que ya no llegarán y preguntan si puedes quedar en otra ocasión.
Les pides a los vecinos de planta evitar dejar cosas como la cesta con ropa sucia o el secador de ropa delante de la puerta de la salida de emergencia que da fuera, pues allí nada debe entorpecer en ningún momento la salida, en caso de emergencia. Dicen que sí, y el día siguiente ves a la cesta, el secador y una fregona en el mismo sitio. Se lo dices una y otra vez y hay días que no hay nada allí, otros que sales por la tarde para echar la basura y das con algún cubo o fregona. Se lo comentas al administrador y él mismo les tiene que gritar y amenazar con tirar todo lo que encuentre allí para que, por fin, la salida de emergencia quede libre.
Entras en una tienda de productos cosméticos y, como te reciben como si fueras una VIP, les comentas que estás buscando una crema hidratante que no tenga fragancia. Te dicen que sí, y te pasan la muestra de una crema con fragancia. Les recuerdas que habías pedido sin fragancia; dicen que sí; les preguntas por una crema sin fragancia; dicen que sí. Al final, admiten que no tienen crema sin fragancia.
En el súper, le pides a la dependiente dirigirte hacia la sección de productos para el cuidado del cabello y allí le preguntas si hay algún acondicionador para volumen. Te enseña dos o tres que no son de volumen, sino para pelo rizado. Le dices que has pedido uno para volumen, le enseñas la palabra en vietnamita, le enseñas champús para volumen y le dices lo mismo, solo que sea acondicionador o crema. Te vuelve a enseñar los champús para rizos y añade algunos con tratamientos de ketamina. Cuando le preguntas si tienen acondicionadores de volumen, por fin, te dice que no los hay.
Te pones en contacto con una agencia especializada que se encargue de trámites administrativos como el visado (son servicios muy comunes y válidos, prácticamente una gestoría que navegue las aguas bastante turbias de la burocracia en un país cuyo idioma no conoces) y te dice un precio para sus servicios, una fecha límite y los documentos necesarios. Llega la fecha límite y no tienes noticias. Llamas y te dicen que hace falta un nuevo documento. Lo consigues y se lo pasas. Añaden que ese documento tiene que ser traducido y legalizado. Le llamas la atención, que podría habértelo precisado con antelación, antes de sacar el original de la Embajada. Te contestan que acaba de cambiar la ley.
Hay veces que las inconsistencias parecen resultar de diferencias en procesar la información. Tal vez un «sí» no significa afirmación o acuerdo, sino más bien un intento cortés de evitar discrepancias o posibles conflictos. Recuerdo situaciones donde, tras largos intercambios, me doy cuenta de que el vietnamita no había entendido lo que quería, en qué había quedado o qué había pedido, a pesar de decir que sí. Atónito te quedas cuando piensas: ¿pero no podría haberme dicho que no lo había entendido? Es como si te rieras a una broma en un idioma que no dominas y luego te pregunten por qué te reíste si no la habías entendido. Dirías, pues, qué bueno, para no gastar la broma y preguntar, para no interrumpir y pedir aclaraciones.
Es verdad que no sé si en realidad entre ellos, los vietnamitas, admiten cuando no entienden algo, cuando hacen falta aclaraciones, o si se entienden a la primera sin precisiones, y ellos se entienden dentro de la ambigüedad. Trato de explicármelo con que tal vez se expresan de otra forma cuando tienen que lidiar con un extranjero: entonces su forma de ser, su chip de actuación cambia de filtro, y además, le empujan a seguir como si lo hubiese entendido.
He visto a mis hermanos, que dominan el vietnamita, intentar hablarles a los lugareños en su idioma, y a ellos contestándoles o tratando de contestar en inglés. Al principio, mis hermanos se frustraban: «Te estoy hablando en tu idioma, me entiendes, ¿por qué no me contestas en vietnamita?» Sorry, decían, y seguían intentándolo en inglés. Sospecho que se trata de una especie de reflejo cultural que los hace intentar acomodar al extranjero, por mucho que entorpezca la comunicación.
En la actualidad, con cada día más extranjeros aprendiendo vietnamita, parece ser que la reacción está cambiando y cada vez menos lugareños se sorprenden cuando uno les habla en su idioma. Claro que hablar el idioma ayuda más allá de la mera comunicación, pues te abre una puerta hacia las mentes (y los corazones) de cualquier pueblo. Pero por mucho que así lo sea, que el idioma abra puertas a la cultura y a las formas de ser de los lugareños, pienso que esta comprensión a los vietnamitas puede resultar tan complicada y larga, como el aprendizaje del propio idioma.
El idioma vietnamita no tiene nada en común con ningún idioma europeo, más allá de su alfabeto latín. No existen referencias en las que apoyarse, ni palabras parecidas, ni nociones gramaticales o estructuras similares. No. Lo tienes que aprender apuntando, pronunciando, memorizando, abriendo tus oídos y probando todo, cada uno de los sonidos. Es un trayecto arduo, larguísimo, no desprovisto de fracasos puntuales y generales, fallas momentáneas o extendidas en el tiempo.
Es probable que, del mismo modo, integrarse en Vietnam requiere un esfuerzo similar, y llegar a pasar esa puerta de la comprensión, ese umbral de la apertura en las mentes y los corazones de los vietnamitas, exija lo mismo.




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