Un trabajo decente
Como profesora de idiomas, cuando empecé a dar clases en España, recuerdo que hacía malabares con no menos de tres trabajos distintos, yendo y viniendo de una punta de Madrid a otra, levantándome a las seis y media de la mañana, viajando en metro a la hora de comer y picando algo de camino a las clases de la tarde, para acabar mi jornada laboral a las nueve y media de la noche, llegar a casa sobre las diez y tener que acostarme casi enseguida para poder retomarlo todo al día siguiente.